viernes, 19 de julio de 2013

Como un niño

No puedo evitarlo y me niego a creerlo. Últimamente tenía un imán para atraer a esas cosas que no me convienen y que además no tienen nada que ver conmigo. Corro y no miro atrás, prometiéndome un millón de veces que no volveré a hacerlo, que no debo perder más el tiempo, pero de nuevo vuelvo a tropezar.

Pero esta vez tenía aprendida muy bien la lección, y pese a la insistencia de aquella noche por darme un beso, mis labios apretados no mostraron el mínimo gesto de dar el brazo a torcer. Una vez más libre de una presa que no aporta nada a mi vida soñadora, de ilusiones por realizar y de metas por alcanzar. Un factor más que se añade en la suma de aquello que sé que no quiero en mi vida.

Curiosidad la mía de perder el tiempo de forma activa frente a la pantalla del ordenador. Cual, mi sorpresa cuando alguien que no conozco me saluda como si me conociera de toda la vida, haciendo incluso referencia a mi vocación periodística. Me dispongo a contestarle, con el afán de conocer de quién se trata. 

El mundo es un pañuelo, y a veces lleno de mocos, pero no en este caso, pues resultó la casualidad que al final el sorprendido fui yo, porque efectivamente nos conocíamos de forma indirecta, y en este caso, era mi despiste contínuo el que no me permitió reconocerle.

Una cosa lleva a la otra, y de una red social pasa al móvil, y de ahí, como un flechazo, a ganar mi confianza. Es la hora de ir a trabajar, y desatiendo durante unas horas la conversación, a la vez que comienzo a darle vueltas a mi cabeza cómo explico yo lo que estaba pasando, a la persona que tenemos en común. No es que haya hecho nada malo, ni aún habiéndolo hecho, pero el caso es que resulta muy rocambolesco contar una historia más propia de una novela de Corín Tellado, que de la vida misma.

A la noche volvimos a hablar, y sin saber cómo, el sol se colocó en mi ventana, antes de poder despedirme. Larga noche de confidencias, desconcierto y por mi parte mucha timidez. Sencillamente algo que me da miedo reconocer. Temas en común dieron rienda suelta a la imaginación, y a confesar nuestras películas favoritas. De forma desconcertante salieron al unísono Améliè, Los Amantes del Círculo Polar y Piedras, por ese orden y sin disonar una sola sílaba. Era como si leyera mi mente.

Al acostarme, no tuve que fingir una vida ideal, con sueños rebosantes de realidad y optimismo, que muestran la cara buena de la vida, y que se esfuman al abrir los ojos. Esta vez me acosté anhelando su recuerdo, y me desperté añorando sus abrazos.

Esta noche tenía otra nueva oportunidad de perder el tiempo en mi vida, pero decidí dedicármela a mi, y a quien se lo merece. Nueva afinidad total con la canción de Amaral, Cómo Hablar, e incluso pude comprobar la emoción que pudo sentir, cuando al tocarla con la guitarra, sus ojos se encharcaban en lágrimas de emoción.

Acostumbrado a sentir que siempre toco para las paredes. es un reconocimiento del que estamos muy orgullosos mi guitarra y yo. Por ello nos gustaría pedir que esta conexión inusual, a la par de mágica, fuera el comienzo de algo muy bonito, pero sobre todo, especial...




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