martes, 16 de abril de 2013

Casualidades

No puedo dejar de pensar en una persona. No puedo. Desde aquel justo instante en que la vi, supe que para mi iba a ser especial. Estaba sentado en la mesa junto a mi madre y se acercó a nosotros. No puedo olvidar sus ojos, ni su pelo. 

Me gusta cada parte de su cuerpo, porque cualquier handicap se convierte en algo especial para destacar por encima del resto. Ni que decir que esa noche soñé con sus labios precipitándose hacia los míos, con sus brazos protegiéndome ante el peligro de mi tristeza, y su olor recorriendo cara poro de mi piel.

Era viernes santo y la casualidad fue aparecer allí. Me gustaría no haberme cruzado en el camino de esa persona, porque cuando realizo un viaje me gusta ir sentado adelante, de copiloto, y no en otro lugar. Por ello pienso, que si no hubiese ido, quizá no tendría por qué pensar en lo utópico que me resulta el poder acercarme a su lado.

Mi osadía fue buscarla.Y la encontré a través de las redes sociales, y nos llegamos a ver en mi casa, incluso. Pero no ha habido más momentos... aunque todos los días tengo noticias suyas, y casi todos los días me saluda.

Si para tantos soy bello, agradable, encantador, y otra serie de cumplidores adjetivos, no entiendo el porqué de que esa persona no vea en mí, tan sólo una parte de todo ello.

Pero lo peor de todo no es eso, sino que el único día que se me ocurre despegarme por unas horas de mi móvil, resulta que justo ese día me pregunta si me apetece ir a su casa.. mientras yo, inconsciente de mi, paso inadvertido.

Ni veinte ferias, ni el mejor de los planes, cambiarían ese momento de volver a compartir su aire en el mismo habitáculo. Cuando le respondí, ya era tarde. 

Será la vida que no quiere que coincidamos, no sé. El caso es que cada utopía diaria se consume cada día más, pensando en lo que me gustaría, mientras anhelo el momento con el que me tengo que conformar, y soñar con tus besos.

lunes, 15 de abril de 2013

Ladrones del tiempo

Si hay algo en el mundo que más odie es perder el tiempo o desperdiciarlo, porque es lo que más condiciona nuestra vida. Detesto que el tiempo se escurra entre mis dedos, pero si hay algo incluso que odie más es esas personas que contribuyen a hacértelo perder. 

Cuantos minutos hemos perdido y hemos dedicado a gente que no valía la pena, o por la que hemos apostado para despues darnos cuenta que deberíamos haber aprovechado nuestro tiempo en cosas más productivas. 

Pues así me siento hoy postrado en una tumbona en lo alto de mi azotea, en una noche primaveral sanluqueña, mientras pienso en cómo he perdido el tiempo esta tarde sin hacer absolutamente nada. Mi día libre, que podía haber aprovechado para patinar por la vera del Guadalquivir, y sin embargo, lo dediqué a perder el tiempo, dicho así, tal cual, porque todo lo que hice es como si fuera nada.

Siento que el tiempo se esfumó, que no tengo moral para afrontar un mañana y que cualquier tiempo pasado fue mejor, pero sinceramente, lo que más me duele de todo esto, es que seguimos siendo crueles, humanos e impasibles ante la vida que nos rodea y de la cual no somos partícipes, porque no tenemos ese sentimiento de que nos atañe...